La verdadera corrección, explicada por el Papa en Santa Marta.
La verdadera corrección fraterna es dolorosa porque está hecha con amor, en verdad y con humildad. Si sentimos placer al corregir, esto no viene de Dios. Es lo que ha dicho el Papa en la homilía de esta mañana en Santa Marta, en el día en el que la Iglesia celebra la Memoria litúrgica del Santísimo Nombre de María.
En el Evangelio del día, Jesús advierte a los que ven la paja en el ojo del hermano y no se dan cuenta de la viga que tienen en el suyo. Comentando esta cita, Papa Francisco vuelve sobre la corrección fraterna. Antes que nada al hermano que se equivoca se le ha de corregir con caridad.
«No se puede corregir a una persona sin amor y sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo morirá de dolor. Y la caridad es una anestesia que ayuda a recibir la cura y aceptar la corrección. Cogerlo aparte, con mansedumbre, con amor y hablarle».
En segundo lugar, prosiguió, es necesario hablarle con la verdad: «no decir algo que no es verdad. ¡Cuántas veces en nuestras comunidades se dicen cosas de una persona que no son verdad: son calumnias O si son verdad, se quita la fama a esa persona». «Las murmuraciones, afirmó el Papa, hieren; las murmuraciones son bofetadas a la fama de una persona, son bofetadas al corazón de una persona». Cierto, observó, «cuando te dicen la verdad no es bonito escucharla, pero si te la dicen con caridad y amor es más fácil aceptarla». Por tanto «se debe habla de los defectos a los demás», con caridad.
El tercer punto es corregir con humildad: «Si debes corregir un defecto pequeño, piensa que tú los tienes más grandes».
«La corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia. Hay un agujero, allí, en el tejido de la Iglesia, que es necesario remendar. Y como las mamás, las abuelas, cuando remiendan, l hacen con mucha delicadeza, así se debe hacer la corrección fraterna. Si no eres capaz de hacerla con amor, con caridad, en la verdad y con humildad, tú harás una ofensa, una destrucción en el corazón de esa persona, harás una murmuración de más que herirá, y te convertirás en un ciego hipócrita, como dice Jesús: ‘Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo..’. ‘¡Hipócrita! Reconoce que tú eres más pecador que el otro, pero que como hermano debes ayudar a corregir al otro».
«Un signo que quizás puede ayudar, observó el Papa, es el hecho de sentir «un cierto placer» cuando «uno ve algo que no funciona» y que considera que debe corregir: es necesario «estar atentos porque eso no viene del Señor».
«En el Señor siempre está la cruz, la dificultad de hacer algo bueno; del Señor es siempre el amor, la mansedumbre. No hacer juicios. Nosotros los cristianos tenemos la tentación de convertirnos en doctores: nos retiramos del juego del pecado y de la gracia como si fuésemos ángeles… ¡No! Es lo que Pablo dice: ‘Que no suceda que después de haber predicado a los demás, yo mismo venga descalificado’. Y un cristiano que, en comunidad, no hace las cosas, inclusive la corrección fraterna, en caridad, en verdad y con humildad, se descalifica. No ha conseguido convertirse en un cristiano maduro. Que el Señor nos ayude en este servicio fraterno, tan bello y tan doloroso, de ayudar a los hermanos y a las hermanas a ser mejores y nos ayude a hacerlo siempre con caridad, en verdad y con humildad».
«Hoy, aquí, en el Vaticano comienza la reunión con los cardenales consultores, que están concelebrando la Misa. Pidamos al Señor que nuestro trabajo de hoy nos haga a todos más humildes, más dóciles, más pacientes, más confiados de Dios, para que así la Iglesia pueda dar un hermoso testimonio a la gente y viendo al Pueblo de Dios, viendo a la Iglesia, sientan el deseo de venir con nosotros!»
1 de octubre de 2013.- (Radio Vaticana / Camino Católico) El Santo Padre concelebró la Misa de esta mañana en la Casa de Santa Marta con los purpurados del «Consejo de cardenales» que desde hoy se reúne con el Papa en el Vaticano hasta el 3 de octubre. En su homilía, el Pontífice auguró que estas reuniones hagan a todos más humildes y confiados de Dios, «para que la Iglesia pueda dar a la gente un hermoso testimonio».
Jesús reprende a los dos Apóstoles que querían que caiga fuego del cielo sobre todos aquellos que no querían recibirlo. El Obispo de Roma desarrolló su homilía inspirándose en el Evangelio del día, recordando que el del cristiano no es «un camino de venganza». El camino del cristiano es aquel de la humildad, de la docilidad. Y, agregó, en la conmemoración de hoy de Santa Teresa del Niño Jesús, «nos hará bien reflexionar en ese espíritu de humildad, de ternura, de bondad». Un espíritu humilde, puntualizó el Papa, que el Señor «quiere de todos nosotros». ¿Dónde está por lo tanto la fuerza «que nos conduce a este espíritu»? Precisamente «en el amor – fue la respuesta de Francisco – en la caridad, en la conciencia de que estamos en las manos del Padre». «Cuando se siente esto», observó el Pontífice, «no es que den ganas de hacer caer fuego del cielo»:
«Viene el otro espíritu, aquel de esa caridad que todo sufre, todo perdona, que no se vanagloria, que es humilde, que no busca a sí misma. Alguien puede decir – y había algunos filósofos que pensaban así – que esta sea como una humillación de la majestad del hombre, de la grandeza del hombre. ¡Esto es estéril! La Iglesia sabia ha hecho a esta Santa, humilde, pequeña, confiada de Dios, dócil: la ha hecho Patrona de las Misiones».
La fuerza del Evangelio, continuó el Santo Padre, está justamente ahí, «porque el Evangelio llega precisamente al punto más alto en la humillación de Jesús: ¡humildad que se convierte en humillación!» Y la fuerza del Evangelio «está en la humildad, la humildad del niño que se deja guiar por el amor y la ternura del padre»:
«La Iglesia -nos decía Benedicto XVI- no crece por proselitismo, crece por atracción, por testimonio. Y cuando la gente, los pueblos ven este testimonio de humildad, de docilidad de mansedumbre, sienten la necesidad de la que habla el profeta Zacarías: ‘¡Queremos venir con vosotros!’. La gente siente aquella necesidad ante el testimonio de la caridad, de esa caridad humilde, sin prepotencia, no autosuficiente, humilde, que adora y sirve».
«La caridad es simple: ¡adorar a Dios y servir a los demás! Y este testimonio- afirmó el Papa – hace crecer a la Iglesia». He aquí el por qué una monja «tan humilde, pero tan confiada en Dios», como Santa Teresa del Niño Jesús, «fue declarada Patrona de las Misiones, porque su ejemplo» hace «que la gente diga ‘¡Queremos venir con vosotros!'». El Papa concluyó su homilía dirigiendo un pensamiento especial a las reuniones que desde este martes se llevan a cabo en el Vaticano con el «Consejo de cardenales» por él deseado para ayudarlo en el gobierno de la iglesia:
«Hoy, aquí, en el Vaticano comienza la reunión con los cardenales consultores, que están concelebrando la Misa. Pidamos al Señor que nuestro trabajo de hoy nos haga a todos más humildes, más dóciles, más pacientes, más confiados de Dios, para que así la Iglesia pueda dar un hermoso testimonio a la gente y viendo al Pueblo de Dios, viendo a la Iglesia, sientan el deseo de venir con nosotros!».
Al visitar el 10 de septiembre a más de 400 refugiados del Centro Astalli, el Servicio Jesuita a disposición de los refugiados que llegan a Roma, el Papa Francisco recordó las instituciones que la limosna «no basta» y recordó la necesidad de acoger a estas personas e integrarlas en la sociedad.
«La simple acogida no basta. No basta dar un sándwich si no se acompaña de la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres tal y como están no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo», dijo el Papa Francisco durante un discurso pronunciado a los miembros de esta institución, trabajadores, voluntarios, amigos y refugiados en Roma.
La misericordia «nos lo pide como Iglesia, como ciudad de Roma, a las instituciones, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para que le reconozcan el propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona», añadió.
El Papa llegó al centro a la hora del almuerzo y se sentó a comer con algunos refugiados y los voluntarios que servían la mesa. Después visitó la capilla del centro para orar y desde allí se dirigió a la iglesia del Gesú, a escasos pasos del centro, donde fue acogido por 400 personas miembro de esta institución y escuchó, antes de pronunciar su discurso, las palabras de dos refugiados, un joven sudanés y una mujer siria.
«Desde este lugar de acogida, de encuentro y de servicio, quisiera que todos se hicieran una pregunta, para todas las personas que viven aquí en la diócesis de Roma: ¿Me inclino para ayudar a quienes están en dificultad, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me cercioro de que otros necesitan ayuda? Me sirvo solo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su propia vida? ¿Miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia otro lado? ¿Para no mirarles a los ojos?», cuestionó.
El Papa señaló que los pobres son los maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios, y con su fragilidad y sencillez descubren nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia, y nos guían a la experiencia de la cercanía y la ternura de Dios para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza cuida de nosotros.
«Todos los días, aquí y en otros centros, muchas personas, especialmente jóvenes, hacen fila para tener un plato de comida caliente. Estas personas nos recuerdan el sufrimiento y las tragedias de la humanidad. Pero esta fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Es tan sencillo como llamar a la puerta, y tratar de decir: ‘Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?'», animó.
Al dirigirse a los refugiados, el Papa puso de ejemplo la historia de un joven sudanés -Adam-, y una mujer siria -Carol-, dos colaboradores del Centro Astalli que huyeron de sus países a causa de la guerra y la persecución.
«Adam dijo: Nosotros, los refugiados tenemos el deber de hacer todo lo posible para ser integrados en Italia. Y este es un derecho: ¡La integración! Y Carol dijo: Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser una carga, queremos ser parte activa de una nueva sociedad. ¡Esto también es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: ¿acompañamos este viaje?», señaló Francisco.
«Cada uno de ustedes, estimados amigos, trae consigo mismo una historia de vida que nos habla de los dramas de las guerras y los conflictos vinculados e menudo a la política internacional. Pero ante todo cada uno de ustedes porta una riqueza humana y religiosa, para acogerla, y no para temerla», agregó.
«Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones, vinieron de diferentes países, de situaciones distintas. ¡No tengan miedo a las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!», animó.
«¿Cuántas veces, sin embargo aquí, como en tantos otras partes, muchas personas que llevan escrito ‘protección internacional’ en su permiso de residencia, se ven obligadas a vivir en situaciones adversas, en ocasiones con un trato denigrante, ¡y sin la posibilidad de iniciar una vida digna ni de pensar en un nuevo futuro!», clamó.
El Papa agradeció en especial al director del Centro Astalli, el sacerdote jesuita Giovanni La Manna, así como a todos los servicios eclesiales, públicos y privados, que se ocupan de acoger a estas personas con un proyecto.
«Ustedes hermanos, trabajadores, voluntarios, benefactores, no solo donan algo de su tiempo, sino que tratan de establecer una relación con los solicitantes de asilo y los refugiados, a quienes reconocen como personas, comprometiéndose a encontrar respuestas concretas a sus necesidades. ¡Mantengan siempre viva la esperanza! ¡Ayuden a recuperar la confianza! Demuestren que con la acogida y la hermandad se puede abrir una ventana al futuro; más que una ventana una puerta, ¡que les permita dar un futuro!», dijo.
Por otro lado, subrayó tres palabras que son el programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores: Servir, acompañar, defender.
Explicó que servir significa dar cabida a la persona que llega, con cuidado, significa inclinarse hacia quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin miedo, con ternura y comprensión, «así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles». Servir «significa trabajar al lado de los más necesitados, establecer con ellos en primer lugar una relación humana, de cercanía, vínculos de solidaridad», añadió.
En el sentido de acompañar, el Papa animó a sembrar la «Solidaridad», «esta palabra -subrayó-, es la que da más miedo al mundo desarrollado. Tratan de no usarla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger lo que exige la justicia, la esperanza y buscar juntos los caminos precisos de liberación».
«Acompañar. En los últimos años, el Centro Astalli recorrió un camino. Al inicio ofrecía servicios de primera acogida: un comedor, una cama, ayuda legal… Después aprendió a acompañar a las personas en busca de trabajo y de la inserción social. Y después propuso actividades culturales para desarrollar una cultura de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la protección de los derechos humanos».
Defender es ponerse del lado de los más débiles, dijo. «Cuántas veces alzamos la voz para defender nuestros derechos, pero ¡Cuántas veces somos indiferentes a los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a quienes como ustedes sufrieron y sufren, a quienes vieron pisotear sus propios derechos, a quien sufrieron tanta violencia que ya ni quieren buscar justicia!», alzó su voz.
Por último, recordó que para la Iglesia es fundamental acoger a los pobres y promover la justicia y que no sean solamente confiadas a los ‘especialistas’, sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales.
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